Tipologías
XX: Amor y Belleza
Dr. Norbert-Bertrand Barbe
1. Número de Oro y simetría
Un error común es asumir que la
belleza es al origen de nuestro concepto de gusto como sociedades históricas.
Si bien es cierto que civilizaciones
como la griega y la europea se forjaron sobre la proporcionalidad aúrea en
cuanto a definición sistemátizada de un equilibrio visual (en artes) y
perspectivo (en arquitectura), es por demostrar que dicha proporcionalidad se
presenta en otras civilizaciones. Matyla Ghyka se dedicó a fundamentar su
sospecha de que el Número de Oro existía en toda la naturaleza, lo que otros
teóricos contradijeron (http://en.wikipedia.org/wiki/Golden_ratio#cite_ref-pheasant_88-0).
Dado lo anterior, es también cierto
que la simetría es algo que, además de haber atraído a los artistas y
arquitectos desde siempre (desde la antigua Grecia hasta los vanguardistas de
la Escuela de Chicago hasta los racionalistas, funcionalistas y minimalistas),
y que, a nivel comportamental, se ha podido averiguar que si se modifican los
rasgos de un rostro de forma computarizada, en particular reproduciendo un lado
del mismo para ambos, y se le da la opción a espectadores de elegir, entre el
rostro real y los modificados, el que le parece más placentero, tienden a
elegir el que reproduce la exacta misma estructura en ambas partes de la
figura.
2. Del sexo a la estética
Si, siguiendo esta misma
perspectiva, asumimos nosotros también que el origen de todo pensamiento
estético es la relación fisiológica, podemos plantearnos la cuestión del gusto
como cuestión amorosa.
La idea, como dicen los psicólogos,
del "amor a primera vista",
rechazado significativamente en el ámbito de clases por el conjunto de las
muchachas pero asumido como verdadero por el conjunto de los muchachos (lo que
va en contra de los a priori sobre la
ideología de ambos sexos), no existe salvo cuando
la otra persona experimenta lo mismo al mismo tiempo. Dicho de otra manera,
si se ve en la calle a alguien físicamente atractivo, aquella atracción no
llevará a ningún enamoramiento si se produce sólo en uno de los protagonistas.
De la misma manera, por ende, sería
un elemento para empezar a desechar la idea de amor. No volveremos sobre la
crítica de Marx y Engels al concepto de amor como expresión de la clase
burguesa. Noteramos sí que al impulsar clases que se suelen cazar por genética
o dinero al conjunto de la demás población a enamorarse, dichas clases pudientes, como es su costumbre, nos
induce a no hacer lo que ella sí, es
decir también a no anteponer nuestro
capital y su preservación a las pulsiones del cuerpo. Lo que se expresa más
aún cuando consideramos que siempre dicho tema se nos presenta mediante la
imagen principesca. Es decir que la clase que nunca se caza por amor es la que en el mito colectivo quiebra esta
regla, nuestro modelo social máximo indicándonos qué hacer. Es tardíamente que
los monarcas contemporáneos, que ya no tienen reinos sino subsidios vitalicios,
se dieron cuenta que, por eso mismo, ya no importaba cazarse con roturiers. Fenómenos consecutivo de los
decimonónicos cazamientos de nobles (que traen su título) con adinerados roturiers (que traen su dinero).
Un dato que nos aclara es que, desde
que se permite el divorcio en nuestras sociedades, el tiempo de duración de los
matrimonios y en general de las parejas se ha reducido enormemente. Lo que
tiene dos explicaciones. Una comportamental: desde al menos Konrad Lorenz, se ha
notado que la mujer busca en el varón, como la hembra en el macho en la
naturaleza, la fuerza, sino física, sino social, política o financiera,
mientras el varón busca en la mujer características que la puedan definir como buena parturienta. Lo que aclara porque
en el aula de clase las mujeres no creen en absoluto al amor a primera vista,
ya que para ellas la fuerza es algo menos romántico y que tiene que demostrarse
(la misma sociedad da cuenta de dicha dicotomía, en pedir siempre al varón por
cualquier cosa de demostrar su hombría:
"haz tal cosa para prbar que no sos
cochón", utilizando modismos muy nicaragüenses, mientras a la mujer
nadie nunca le pide comprobar su
femeneidad), mientras que los varones, por
necesidad y genética animal, son reducidos al ámbito de la visión inmediata
(las caderas [que la mayoría de los varones reconocen revisar primero en una
mujer], los pechos, el cuerpo,...). Asimismo se explica también porque la
sociedad tradicional se basaba sobre el principio de casamiento entre un varón
ya vivido (que había tenido el tiempo de crear su fortuna) y una muchacha, a
menudo niña, que todavía estaba en la flor de su edad para darle robusta
progenie.
Al denigrar el principio de
perpetuación de la herencia y al permitir así el divorcio, acentuando el amor
por el amor, la sociedad contemporánea nos da entonces, aunque paradójica pero
lógicamente al mismo tiempo, un dato importante: el amor no existe, es sólo cuestión de atracción física, ahí sí
para hombres y mujeres por igual.
La efemeridad de las relaciones
actuales muestra que cuando el primer encanto, sexual, desaparece, no queda
nada.
3. Sexo y estética
Ahora bien, puesto lo anterior,
tenemos dos datos fundamentales: lo sexual determina nuestra relación básica,
social, con lo bello (es lo que llamamos la atracción); y la simetría parece
regir tal relación.
Sin embargo, viene un confirmación y
una oposición a este pensamiento: primero, la confirmación, que es que en toda
la literatura, el arte, la música, y el cinema, mundiales, el tema más
recurrente es el del amor, la relación de pareja, etc., mientras en internet
como en la publicidad, la moda y las revistas, lo que hace vender es la visión
de la desnudez y de la juventud en todo el resplandor de su auge reproductivo;
segundo, la oposición, propia de nuestra sociedad, que reconoce que no hay un
solo tipo de belleza, de Twiggy a Halle Berry, de lo blanco a lo negro, de lo
flaco a lo gordo, etc., hecho comprobado por la declaración de Berry hace
algunos años y en 2014 de Lupita Nyongo'o como las mujeres más bellas del
mundo, o por la aparición, contra las modelos escuálidas, de la hermosura
latinoamericana en JLo y Shakira como contramodelo, así como hasta en la
norteamericana Beyoncé.
Así, por estos cuatro indicadores,
tenemos que:
- El
pensamiento acerca de lo bello pasa originalmente, es decir, proviene, de
lo meramente sexual (lo que confirma las tesis de Freud en Malestar en la civilización, siendo
para él la contemplación estética una derivación de la pulsión sexual);
- Si
no hay una solo forma de belleza, no es lo bello que define nuestra
relación con o a la estética. De hecho, los comportamentalistas y los
antropólogos que si sólo los ricos o los bellos tuvieron relación, es decir, si sólo la máxima expresión de la
belleza y la fuerza fuese la que nos atrayera, serían unos demasiado pocos
que lograran tener pareja, lo que pondría en peligro la reprodución de la
especie, lo que bien sabemos no es tal el caso (contrariamente a las
recomendaciones de un Schopenhauer).
4. Lo feo como base de la
estética
Sin duda, aunque genuinamente y sin
tomar toda la importancia de su gesto, es significativo que Umberto Eco haya
dedicado un libro entero a la Historia de
la fealdad (2007), el cual venía complementar otro sobre Historia de la Belleza (2004).
La fealdad rige nuestro concepto de
la belleza en estos distintos aspectos:
1. Primero, como los plantean los
teóricos, porque si sólo la belleza nos atraerá, desapareciera la especie, por
ende, la conclusión lógica es que
necesitamos más de la fealdad que de la belleza para sobrevivir como
especie;
2. Segundo porque la historia del
arte y de la sociedad nos informa que la población mundial fue siempre más
propensa a adorar lo feo que lo bello: es el kitsch, pero también son los circos, los reality-shows como Here Comes
Honey Boo Boo, y similares, los canards
sanglants y la noticia amarilla que riega los períodicos y los
telenoticieros, la proporcionalidad inversa de corrientes feistas respecto de
pocos momentos históricos dedicados a la belleza y la perfección. Son así más
valorados para la historia y la evolución del arte los impresionistas o los
expresionistas que los pompiers,
Géricault o Delacroix que Ingres, y son más numerosas, lo recuerda Weber en su Teoría, las civilizaciones que no llegaron a contemplar ni a realizar
muestras de arte superior (egipcios, escitas, sumerios, vs. griegos y
romanos, en cortos plazos del helenismo en adelante; bizantinos, musulmanes,
medievos vs. renacimiento, el cual rápidamente cae en exageraciones y
sobrecarga para llegar siglos más tarde a las vanguardias en una línea lógica
del debate de los Antiguos y los Modernos empezado en la Francia del siglo
XVII).
El mejor ejemplo que podemos nombrar
de teratofilia colectiva es el amor por los lunares (que no son más que verrugas
en proceso), del Antiguo Régimen a Cindy Crawford
(http://fr.wikipedia.org/wiki/Mouche_(esth%C3%A9tique)), estética que sin
embargo se pone en perspectiva si nos recordamos de la verruga en la nariz de
la bruja de Blanca Nieve en Walt
Disney.
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