viernes, 10 de abril de 2015




Tipologías XX: Amor y Belleza

Dr. Norbert-Bertrand Barbe

1. Número de Oro y simetría
            Un error común es asumir que la belleza es al origen de nuestro concepto de gusto como sociedades históricas.
            Si bien es cierto que civilizaciones como la griega y la europea se forjaron sobre la proporcionalidad aúrea en cuanto a definición sistemátizada de un equilibrio visual (en artes) y perspectivo (en arquitectura), es por demostrar que dicha proporcionalidad se presenta en otras civilizaciones. Matyla Ghyka se dedicó a fundamentar su sospecha de que el Número de Oro existía en toda la naturaleza, lo que otros teóricos contradijeron (http://en.wikipedia.org/wiki/Golden_ratio#cite_ref-pheasant_88-0).
            Dado lo anterior, es también cierto que la simetría es algo que, además de haber atraído a los artistas y arquitectos desde siempre (desde la antigua Grecia hasta los vanguardistas de la Escuela de Chicago hasta los racionalistas, funcionalistas y minimalistas), y que, a nivel comportamental, se ha podido averiguar que si se modifican los rasgos de un rostro de forma computarizada, en particular reproduciendo un lado del mismo para ambos, y se le da la opción a espectadores de elegir, entre el rostro real y los modificados, el que le parece más placentero, tienden a elegir el que reproduce la exacta misma estructura en ambas partes de la figura.
           
2. Del sexo a la estética
            Si, siguiendo esta misma perspectiva, asumimos nosotros también que el origen de todo pensamiento estético es la relación fisiológica, podemos plantearnos la cuestión del gusto como cuestión amorosa.
            La idea, como dicen los psicólogos, del "amor a primera vista", rechazado significativamente en el ámbito de clases por el conjunto de las muchachas pero asumido como verdadero por el conjunto de los muchachos (lo que va en contra de los a priori sobre la ideología de ambos sexos), no existe salvo cuando la otra persona experimenta lo mismo al mismo tiempo. Dicho de otra manera, si se ve en la calle a alguien físicamente atractivo, aquella atracción no llevará a ningún enamoramiento si se produce sólo en uno de los protagonistas.
            De la misma manera, por ende, sería un elemento para empezar a desechar la idea de amor. No volveremos sobre la crítica de Marx y Engels al concepto de amor como expresión de la clase burguesa. Noteramos sí que al impulsar clases que se suelen cazar por genética o dinero al conjunto de la demás población a enamorarse, dichas clases pudientes, como es su costumbre, nos induce a no hacer lo que ella sí, es decir también a no anteponer nuestro capital y su preservación a las pulsiones del cuerpo. Lo que se expresa más aún cuando consideramos que siempre dicho tema se nos presenta mediante la imagen principesca. Es decir que la clase que nunca se caza por amor es la que en el mito colectivo quiebra esta regla, nuestro modelo social máximo indicándonos qué hacer. Es tardíamente que los monarcas contemporáneos, que ya no tienen reinos sino subsidios vitalicios, se dieron cuenta que, por eso mismo, ya no importaba cazarse con roturiers. Fenómenos consecutivo de los decimonónicos cazamientos de nobles (que traen su título) con adinerados roturiers (que traen su dinero).
            Un dato que nos aclara es que, desde que se permite el divorcio en nuestras sociedades, el tiempo de duración de los matrimonios y en general de las parejas se ha reducido enormemente. Lo que tiene dos explicaciones. Una comportamental: desde al menos Konrad Lorenz, se ha notado que la mujer busca en el varón, como la hembra en el macho en la naturaleza, la fuerza, sino física, sino social, política o financiera, mientras el varón busca en la mujer características que la puedan definir como buena parturienta. Lo que aclara porque en el aula de clase las mujeres no creen en absoluto al amor a primera vista, ya que para ellas la fuerza es algo menos romántico y que tiene que demostrarse (la misma sociedad da cuenta de dicha dicotomía, en pedir siempre al varón por cualquier cosa de demostrar su hombría: "haz tal cosa para prbar que no sos cochón", utilizando modismos muy nicaragüenses, mientras a la mujer nadie nunca le pide comprobar su femeneidad), mientras que los varones, por necesidad y genética animal, son reducidos al ámbito de la visión inmediata (las caderas [que la mayoría de los varones reconocen revisar primero en una mujer], los pechos, el cuerpo,...). Asimismo se explica también porque la sociedad tradicional se basaba sobre el principio de casamiento entre un varón ya vivido (que había tenido el tiempo de crear su fortuna) y una muchacha, a menudo niña, que todavía estaba en la flor de su edad para darle robusta progenie.
            Al denigrar el principio de perpetuación de la herencia y al permitir así el divorcio, acentuando el amor por el amor, la sociedad contemporánea nos da entonces, aunque paradójica pero lógicamente al mismo tiempo, un dato importante: el amor no existe, es sólo cuestión de atracción física, ahí sí para hombres y mujeres por igual.
            La efemeridad de las relaciones actuales muestra que cuando el primer encanto, sexual, desaparece, no queda nada.

3. Sexo y estética
            Ahora bien, puesto lo anterior, tenemos dos datos fundamentales: lo sexual determina nuestra relación básica, social, con lo bello (es lo que llamamos la atracción); y la simetría parece regir tal relación.
            Sin embargo, viene un confirmación y una oposición a este pensamiento: primero, la confirmación, que es que en toda la literatura, el arte, la música, y el cinema, mundiales, el tema más recurrente es el del amor, la relación de pareja, etc., mientras en internet como en la publicidad, la moda y las revistas, lo que hace vender es la visión de la desnudez y de la juventud en todo el resplandor de su auge reproductivo; segundo, la oposición, propia de nuestra sociedad, que reconoce que no hay un solo tipo de belleza, de Twiggy a Halle Berry, de lo blanco a lo negro, de lo flaco a lo gordo, etc., hecho comprobado por la declaración de Berry hace algunos años y en 2014 de Lupita Nyongo'o como las mujeres más bellas del mundo, o por la aparición, contra las modelos escuálidas, de la hermosura latinoamericana en JLo y Shakira como contramodelo, así como hasta en la norteamericana Beyoncé.
            Así, por estos cuatro indicadores, tenemos que:
  1. El pensamiento acerca de lo bello pasa originalmente, es decir, proviene, de lo meramente sexual (lo que confirma las tesis de Freud en Malestar en la civilización, siendo para él la contemplación estética una derivación de la pulsión sexual);
  2. Si no hay una solo forma de belleza, no es lo bello que define nuestra relación con o a la estética. De hecho, los comportamentalistas y los antropólogos que si sólo los ricos o los bellos tuvieron relación, es  decir, si sólo la máxima expresión de la belleza y la fuerza fuese la que nos atrayera, serían unos demasiado pocos que lograran tener pareja, lo que pondría en peligro la reprodución de la especie, lo que bien sabemos no es tal el caso (contrariamente a las recomendaciones de un Schopenhauer).

4. Lo feo como base de la estética
            Sin duda, aunque genuinamente y sin tomar toda la importancia de su gesto, es significativo que Umberto Eco haya dedicado un libro entero a la Historia de la fealdad (2007), el cual venía complementar otro sobre Historia de la Belleza (2004).
            La fealdad rige nuestro concepto de la belleza en estos distintos aspectos:
1.      Primero, como los plantean los teóricos, porque si sólo la belleza nos atraerá, desapareciera la especie, por ende, la conclusión lógica es que necesitamos más de la fealdad que de la belleza para sobrevivir como especie;
2.      Segundo porque la historia del arte y de la sociedad nos informa que la población mundial fue siempre más propensa a adorar lo feo que lo bello: es el kitsch, pero también son los circos, los reality-shows como Here Comes Honey Boo Boo, y similares, los canards sanglants y la noticia amarilla que riega los períodicos y los telenoticieros, la proporcionalidad inversa de corrientes feistas respecto de pocos momentos históricos dedicados a la belleza y la perfección. Son así más valorados para la historia y la evolución del arte los impresionistas o los expresionistas que los pompiers, Géricault o Delacroix que Ingres, y son más numerosas, lo recuerda Weber en su Teoría, las civilizaciones que no llegaron a contemplar ni a realizar muestras de arte superior (egipcios, escitas, sumerios, vs. griegos y romanos, en cortos plazos del helenismo en adelante; bizantinos, musulmanes, medievos vs. renacimiento, el cual rápidamente cae en exageraciones y sobrecarga para llegar siglos más tarde a las vanguardias en una línea lógica del debate de los Antiguos y los Modernos empezado en la Francia del siglo XVII).
            El mejor ejemplo que podemos nombrar de teratofilia colectiva es el amor por los lunares (que no son más que verrugas en proceso), del Antiguo Régimen a Cindy Crawford (http://fr.wikipedia.org/wiki/Mouche_(esth%C3%A9tique)), estética que sin embargo se pone en perspectiva si nos recordamos de la verruga en la nariz de la bruja de Blanca Nieve en Walt Disney.